Elecciones en Estados Unidos DEBATIENDO CON UNA MOSCA

María Cristina Vigil (*)

Al fin llegó el tan ansiado día. Millones de ciudadanos norteamericanos participaron en la votación presidencial anticipada en la Florida y diversos estados. Una vez que deposité mi balota me embargó una sensación de alivio y alegría a la vez.  Sobrevivimos ocho meses de crisis sanitaria soportando ese tren descarrilado llamado Trump. Sin embargo, el suspenso y la incertidumbre no llegara hasta después del 3 de noviembre, día de la votación general.

La mayoría de la ciudadanía sigue sufriendo la pésima administración del sistema de salud. A partir de marzo, la trágica pandemia se magnificaba día a día, sin que el presidente tomara las medidas necesarias para un control eficiente del monstruo. Llegado a un punto los hospitales carecían de todo lo necesario para la protección de los doctores, enfermeras y del personal de salud. Varios gobernadores pedían ayuda a Washington, pero esa ayuda si llegó, fue muy tarde y muy poca.  Un triste ejemplo es el caso de Nueva York. Siendo el epicentro nacional de la pandemia, llegó un momento en que faltaron camas, ventiladores y hasta las mascarillas N–95, las oficialmente requeridas para el personal médico.

Resulta incuestionable que las 220,000 muertes provocadas por la pandemia son consecuencia directa de la decisión de Trump de ocultar por más de 3 semanas que el virus estaba vivito y coleando en el país. El pésimo manejo de la emergencia sanitaria es responsabilidad exclusiva del Presidente y de nadie más. Así lo ha revelado el distinguido periodista Bob Woodward, del diario The Washington Post, al publicar parte de la entrevista que le hiciera a Trump, en la que declaró que decidió no informar al país sobre el virus “para no causar pánico”.  Una decisión imperdonable e inadmisible.

Así pasaron semanas y meses de constante confusión y contradicción entre las diversas autoridades de salud y de la Casa Blanca, mientras el país seguía a la deriva, como un barco sin capitán.

Los debates presidenciales

Ad portas de las elecciones, el 29 de setiembre se llevó a cabo el primero de tres debates presidenciales programados. El encuentro inaugural fue una muestra de la irracionalidad de Trump y de la falta de respeto a la ciudadanía, lo mismo que al moderador, que se vio abrumado y perdió el control de la discusión. Lejos de ser alturado, como históricamente han sido todos los debates sin excepción, Trump convirtió el debate en un circo vulgar: interrumpiendo constantemente a su opositor, zurrándose en los dos minutos asignados para responder, haciendo caso omiso al moderador que intentaba sin éxito hacerlo entrar en vereda.  El candidato–presidente se mostró grosero, ofensivo y absurdo en su descontrol.  Un fiasco total. Pero lo que ha quedado muy claro es lo que Trump representa. Y el peligro que significa para la democracia, aquí y en el mundo en general, pues lo que sucede aquí repercute en el mundo, nos guste o no.

Contrariando a los más reconocidos científicos nacionales (como al Dr. Fauci, prestigioso médico y Director del Centro Nacional de Enfermedades Infecciosas), una y otra vez insistió en que el Covid–19 no era nada más que una gripe ligera que pasaría rápidamente. Fueron varias las oportunidades en que arremetió contra Fauci (y otros científicos) para contrariarlo públicamente, iniciando un ataque frontal contra él y sus colegas, propagando falsedades de todo orden. Una de las más flagrantes fue sugerir que la gente podía inyectarse lejía para curarse del mal, convirtiéndose en el hazmerreír en las redes sociales de todo el mundo.

Trump sucumbió al Covid–19, y estuvo internado varios días en el hospital Walter Reed, superado el virus recibió el alta.  Así las cosas, la Comisión Organizadora de los debates presidenciales anunció que para proteger a los participantes el debate sería sin público, directamente desde los estudios de televisión, solo con el moderador y el personal técnico necesario.  En reacción a la adecuación de las reglas, Trump hizo uno de sus conocidos berrinches y optó por no participar diciendo que el formato “no era justo y lo desfavorecía”.

Joe Biden, en cambio, no perdió tiempo. Anunció su participación en un evento en vivo el 15 de octubre, que sería presentado en primicia por la cadena televisiva ABC, con un distinguido periodista como moderador.   La sorpresa vendría dos días después, cuando la cadena competidora NBC sorprendió al anunciar que llevaría a cabo un evento similar al del candidato demócrata, pero con Trump, en la misma fecha y hora. Un golpe bajo, a todas luces.  Esto le costó a la NBC recibir duras críticas y ser acusada de no servir el interés público, al impedir se pueda ver a los dos rivales en vivo. Una falta de profesionalismo en un momento crucial para el país.

Nuevamente el ex vice presidente Joe Biden, no decepcionó. Se mostró firme, moderado de voz y sorteó las preguntas sin mayor tropiezo. No fue una actuación brillante pero tampoco deslucida.  Por su parte, Trump no puede dejar de ser quién es. No impresionó, ni dijo nada nuevo.  Una presentación en la que no ganaron ni perdieron adeptos.

El debate entre el vicepresidente republicano, Mike Pence, y su contrincante, la senadora demócrata Kamala Harris, tuvo lugar el 7 de octubre, también sin presencia del público. Transmitido nacionalmente, el evento transcurrió sin turbulencia.  Kamala Harris lo hizo bien, y tuvo por lo menos una intervención brillante al replicar a Pence, con energía y sin ser descortés. Cuando este la interrumpió, le espetó: “Estoy hablando, Señor Vicepresidente”. Lo volvió a hacer una segunda vez: “Estoy hablando Señor Vicepresidente”, a la vez que desplegaba una atractiva sonrisa. Pence, por su parte, a diferencia de su jefe, mantuvo la serenidad, pero su participación fue bastante discreta. Sin duda, la estrella de la noche fue una mosca que por más de dos minutos se posó en la cabeza de Mike Pence, quien nunca reparó en su largo paseo por el plateado cabello.  Esta inesperada “intervención” se convirtió en viral en las redes sociales, e inundó TikTok causando sonrisas en todo el planeta.

Cada vez que abre la boca Trump se convierte en un triste espectáculo. Un comentario falso tras otro, ofendiendo y tergiversando todo lo que puede y se opone a sus intereses. No discrimina a quien insulta y hace daño; lo mismo da que sean profesionales o no, empleados de carrera, miembros de su gabinete, diplomáticos, correligionarios, héroes militares, o personas incapacitadas y a todo aquel que se cruza en su camino. Jamás muestra empatía ni interés por el otro. Persiste en atacar a la prensa, en general, excluyendo, obviamente, al canal Fox, un medio incondicional al republicano.  A principios de su mandato embistió contra los medios de comunicación, llamándolos “enemigos de la gente”; vilipendiando, intrigando y destruyendo la integridad de los periodistas.  Una conducta que desacredita la investidura de la Presidencia, instiga el odio y la desunión. Más grave aún: alienta y acoge a los supremacistas blancos y sus milicias.  Una conducta que embarra la imagen presidencial con su irresponsabilidad y temeridad. La incertidumbre y angustia debe acabar el 3 de Noviembre. Confiamos en que así sea.

(*) Periodista y activista política peruana residente en Estados Unidos.

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