Autor: Enrique Fernández-Maldonado (en Diario UNO)
Celebrar el Día del Trabajo, cada 1 de Mayo, invita a reflexionar sobre su importancia y características actuales.
Como concepto y acción social, el trabajo está lleno de significación política e histórica. En Occidente el trabajo ha transitado por múltiples valoraciones. Ha estado asociado tanto con el padecimiento y lo mundano, como con la redención y el prestigio que provee el esfuerzo y el sacrificio. Ha sido espacio de disputa ideológica y sostén político de los Estados de bienestar. Con la Globalización se acentuaron tendencias estructurales, pero al mismo tiempo despertaron vetas nuevas. Actualmente la naturaleza heterogénea del mundo del trabajo dificulta definiciones integradoras. Existe una gama de actividades, representaciones e identidades que no responden al esquema clásico del trabajo asalariado, pero que forman parte indiscutible de lo que se ha venido a denominar el “precariado” moderno.
Así, los mercados de trabajo en economías emergentes como la peruana, han pasado a constituirse en segmentos ocupacionales con marcadas desigualdades entre sí. Estructuras ocupacionales heterogéneas donde conviven sectores profesionales y asalariados, vinculados a la economía global, con acceso a la protección social y favorecidos por la distribución económica; en interacción –muchas veces tensionada y conflictiva– con lo que el sociólogo mexicano Enrique De la Garza denominó el “trabajo no clásico”: una masa amplia de trabajadores autónomos y asalariados, de ingresos medios y con acceso diferenciado a la seguridad social, mínimamente sindicalizados e identidades basadas en el consumo. En los extremos y casi en la marginalidad, están los trabajadores agrarios, domésticos e ilegales; una masa excluida del control estatal y los servicios públicos, expuestos secularmente a situaciones de abuso y explotación.
El trabajo es principalmente una relación social. Los trabajadores están sujetos a relaciones de poder que son fuente de desigualdad, conflicto o cooperación. Pocos lo ven así. La ideología dominante escamotea ese ángulo del trabajo: cómo se configuran las relaciones de trabajo y cómo influyen en las condiciones laborales e ingresos. Cuando la estructura laboral mayoritaria es no asalariada, prima el empleo informal. Los trabajadores autónomos e independientes, al estar al margen de la regulación laboral (sin derechos laborales), están sometidos a la lógica del mercado. En el Perú, apenas 3 de cada 10 trabajadores accede a un empleo adecuado, con beneficios y derechos laborales “básicos” (Trabajo Decente en el Perú. PLADES: 2014).
En cualquier caso, y como escribiera Gonzalo Portocarrero, “el trabajo se ha convertido en una esclavitud autoinfligida que cuenta con el beneplácito de la sociedad”. A ello ha contribuido el discurso neoliberal del emprendedurismo y el “cholo barato”, que es la ideología en la que se inscriben los candidatos que pasaron a la segunda vuelta.