JULIO GAMERO. UN TESTIMONIO PERSONAL

Enrique Fernández–Maldonado

No recuerdo exactamente dónde nos conocimos, ni en qué circunstancias. Estando en la universidad, su nombre ya me era familiar: economista laboral, ex viceministro de empleo, conocido en mis círculos de amigos; en suma, una persona cercana a la cual, ya entonces, valoraba como especialista en mi ámbito de interés académico y profesional. Pero sería a raíz de un artículo que publiqué en La República, donde hice referencia a un largometraje peruano que me impresionó mucho (“Paraíso”, de Héctor Gálvez) para reseñar un libro suyo, sobre el mercado laboral peruano, que este acercamiento se estrechó y afianzó.  En aquella nota intenté expresar algo que para mi parecía razonable: que desde el cine y la economía –dos lenguajes aparentemente opuestos– era posible retratar fidedignamente una realidad compleja, agobiante y desesperanzadora, como es la laboral para una mayoría de peruanos. Este paralelo me parece que le gustó, pues a partir de ese artículo, creo, se inició una amistad y relación que se enriqueció con el tiempo.

Más allá de esta nebulosa en mi memoria, me queda claro que en esta década de amistad compartimos tres momentos significativos, en lo que a mi respecta. El primero fue durante el proceso de transferencia del Ministerio de Trabajo y Promoción del Empleo (MPTE), en el tránsito del gobierno de Alan García al de Ollanta Humala. El segundo se dio a raíz de las revueltas contra la Ley Pulpín, con la publicación de un comunicado y la formación del blog TrabajoDigno.pe. Y el tercero, más reciente, fue el apoyo que le brinde para la publicación de su libro El arbitraje laboral en el Perú. Sobre cada uno de estos momentos quiero compartir algunos recuerdos personales.

Comisión de Transferencia del Ministerio de Trabajo

En el 2011 el país vivía un clima político particular: acababa de ganar las elecciones generales la alianza Gana Perú, un proyecto político que concitó el apoyo de la población levantando la bandera de “la Gran Transformación”. En la campaña Ollanta Humala se presentaba como el candidato nacionalista que llegaba al gobierno para ponerle coto a la ortodoxia neoliberal. Y en virtud de ese proyecto, sectores de la izquierda apoyaron o se plegaron a su candidatura. En mi caso, colaborando en la elaboración del programa de gobierno con que se ganó la primera vuelta.

Este apoyo en la redacción del programa me valió para conformar la Comisión de Transferencia del MTPE por Gana Perú. Dicha comisión estaría compuesta por los economistas Jorge Bernedo, Pablo Checa y Julio Gamero, acompañados por (en ese entonces) jóvenes profesionales, los abogados Carlos Bedoya y Brindis Ochoa, además de quien esto escribe. Digamos que su composición se decidió “desde las alturas”, pero tenía cierta lógica: “Coco” Bernedo había dirigido la parte laboral del programa y conocía el sector; Pablo Checa (nombrado luego viceministro de Trabajo) lo hacía en representación de la CGTP y Julio Gamero fue convocado en razón de su experiencia como especialista y como viceministro. El resto lo hicimos en virtud de nuestros intereses profesionales y por el acercamiento generado en la campaña.

Recuerdo que se formó un grupo interesante y colaborativo. Asistimos a una ronda de entrevistas con funcionarios de la gestión saliente. Las más interesantes, por su relevancia y también por el tenor de las conversaciones, fueron con Manuela García, en ese entonces ministra aprista, y con Javier Barreda, viceministro de promoción del empleo. En aquella oportunidad, el paso de Julio por ese ministerio resultó clave para preguntar y repreguntar con mucho criterio: ya sea sobre las partidas presupuestales disponibles y proyectadas, por el desempeño e impacto de los programas en marcha o por los procesos de reestructuración interna, entre otros aspectos vinculados a la gestión de un sector relegado y disminuido por las últimas gestiones.

Por esos años Julio acababa de sustentar su tesis de maestría en gestión y desarrollo, dedicada a caracterizar el modelo laboral peruano: El empleo precario en el Perú, 1980–2008: una explicación alternativa y propuesta de políticas públicas para su superación (un enfoque que integra la política social con la laboral y la económica).

Inspirado en los trabajos del sociólogo danés Gosta Esping-Andersen, Gamero desarrolló un esquema analítico para dar cuenta de cómo las reformas neoliberales de inicios de los años noventa, transformaron el sistema de protección laboral y social en el país. La flexibilización laboral y la privatización del sistema de pensiones significaron el tránsito de un sistema de protección social basado en un “universalismo corporativo”, basado en las aportaciones del trabajo asalariado, a uno definido como la “selectividad del residuo”, que fue el enfoque que sustentó las políticas sociales o de emergencia con que se buscó compensar los efectos sociales del ajuste estructural. La lógica intrínseca a este modelo no era otro que ensalzar el mercado como “natural” asignador del ingreso y los derechos sociales. La seguridad social pasó a ser un “derecho” que el trabajador debía agenciárselo en el mercado (a través de las AFPs), mientras el Estado se limitaba a asistir (vía las políticas sociales “pro-pobreza”, en un esquema clientelar que exacerbó el fujimorismo) a los sectores de menores recursos económicos. Esta línea de reflexión emanaba de las intervenciones de Julio en la comisión, que por esos días giraban en torno a cómo hacer que un país con el 50 por ciento de sus trabajadores activos como autónomos o autoempleados, la mayoría en la informalidad, accedieran a mínimos de seguridad social que les permitiese vivir dignamente. Sobre todo, ¿cómo hacerlo a través de una Ley o Código General del Trabajo que abarcase la heterogeneidad de nuestros mercados de trabajo (donde confluyen los asalariados privados, los autónomos o independientes, el trabajo doméstico remunerado y no remunerado, con niveles de productividad, formalidad y organización disímiles), por ese entonces la principal demanda del movimiento sindical y laboral?

La participación de Julio en aquella comisión fue, como la de todos sus miembros, ad honorem. Pero fue, sobre todo, expresión de ese espíritu militante que, al margen de cualquier organización política (Julio no formó parte de Gana Perú), se encontraba siempre dispuesto a apoyar en los temas de su especialidad, que en el campo político que escogió, fueron claramente el laboral y sindical.

La apuesta por TrabajoDigno.pe

A fines del 2014, el Gobierno de Humala decidió aprobar una ley que recortaba derechos laborales para los trabajadores de 18 a 24 años. La historia es conocida: los jóvenes se indignaron, organizaron y movilizaron hasta lograr que el Congreso –que un mes antes había apoyado y aprobado la famosa Ley Pulpín–, la derogara ante la fuerza de la protesta social. En este contexto, los reflectores se enfocaron –justificadamente– en quienes lideraron la revuelta: los dirigentes y líderes juveniles que hicieron de voceros durante el proceso. Sin embargo, detrás de esta “primera línea”, hubo un conjunto de especialistas y profesionales que esbozaron los argumentos técnicos y políticos con que “las masas” exigieron la derogatoria de la ley. Como recordara Javier Neves en uno de los homenajes recientes, Julio Gamero fue uno de estos aliados estratégicos del movimiento juvenil.

TrabajoDigno.pe nace, precisamente, de una iniciativa que tuvo a Julio como uno de sus principales impulsores. Se trató de un comunicado, publicado semanas antes de la ley de marras, cuyo inapelable título –En defensa de los trabajadores y trabajadoras– marcó la pauta de lo que ha sido el espíritu y ánimo de este espacio digital. Releo el comunicado y no puedo dejar de sorprenderme por su persistente actualidad, así como por su claridad y precisión. Podemos arriesgarnos a decir que se trata de un “manifiesto por los derechos laborales”. Suscrito por una valiosa y variada lista de adherentes –donde destacan, haciendo un énfasis injusto e incompleto, los ex ministros Carmela Vildoso, Javier Neves y Christian Sánchez, así como destacados especialistas como Wilfredo Sanguinetti, Adolfo Ciudad, Ana María Yáñez, Marta Tostes, Fernando Eguren, Javier Mujica y Germán Alarco, entre otros y otras–, pocas veces vista en el medio. Y si bien la firma de Julio no aparece, pues su condición de funcionario de la Organización Internacional del Trabajo (OIT) le exigía neutralidad, sí está la de Rossana Menacho, su esposa, como dejando constancia de una posición que se asentaba desde el núcleo familiar.

De este esfuerzo colectivo, surgen las conversaciones para crear este blog. En su antigua y acogedora oficina de la calle Dos de Mayo, entre pizzas y copas de vino, con Fernando Cuadros, Álvaro Vidal y Julio decidimos fundar TrabajoDigno.pe. Lo concebimos como una plataforma para aportar en la disusión laboral, sobre empleo y seguridad social, con un enfoque de derechos, progresista, al servicio de los trabajadores y trabajadoras. Con mucho voluntarismo lo hemos mantenido activo todo este tiempo. El blog nos ha permitido brindar información útil para la reflexión y argumentación en torno a las políticas laborales, sobre la evolución del mercado de trabajo y la seguridad social. Y así, aportando con editoriales, entrevistas, artículos de opinión y reportajes, videos y exposiciones, propias y compartidas por generosos colegas, nos hemos ido haciendo de un lugar en el debate de ideas local. Ha sucedido, incluso, que un informe del Departamento de Trabajo de los Estados Unidos (USDOL) nos ha citado como fuente para dirigir una comunicación al Estado peruano, lo cual confirma que el espacio resulto útil para la incidencia política y sindical.

La participación de Julio en el blog fue discreta pero comprometida. Con ideas e información que compartía generosamente. El blog se convirtió, en ese sentido, no solo en una tribuna para el sector laboral, sino también, a otra escala, en el pretexto perfecto para juntarnos mensualmente a coordinar la línea editorial. De hecho, esos cafés madrugadores, en las inmediaciones de Las Flores, a la espalda de la Universidad Del Pacífico o en la baguetería de Pardo y Aliaga, serán largamente extrañados como una saludable rutina que nos harán falta, siempre.

El arbitraje laboral como alternativa para los trabajadores

Agradecí siempre la confianza que depositó Julio en el blog, y en mi trabajo personal. Ya hace un tiempo lo venía apoyando en el dictado de clases en la maestría de gerencia social en la PUCP, a donde acudía una o dos veces al semestre a exponer sobre los procesos de incidencia social emprendidos por actores de la sociedad civil. En el último año, lo haría invitado por el Doctor Elmer Arce, coordinador de la maestría de derecho del trabajo y seguridad social, en un curso sobre economía laboral que dirigían la Doctora Marta Tostes y Julio Gamero. De hecho, las últimas clases coincidieron con la cuarentena, lo que obligó a un acomodo apurado al uso de las plataformas digitales de comunicación.

Que me encargara el proceso de publicación de su libro sobre “El arbitraje laboral en el Perú. Análisis de 100 laudos arbitrales” (que trabajó conjuntamente con un equipo de jóvenes profesionales compuesto por Gianinna Echevarría, Saulo Galicia, Fernando Félix y Luis Mendoza), no fue una sorpresa, aunque sí una enorme responsabilidad. Comenzamos con la corrección y cuidado de estilo del texto; luego las coordinaciones para su diagramación e impresión con el sello de TrabajoDigno.pe y Sudestada; y finalmente, la organización de la presentación en el auditorio del Sindicato Unitario de Trabajadores de Telefónica del Perú (SUTTP).

El objetivo principal del libro de Julio era ofrecer evidencia sistematizada sobre un mecanismo de solución de conflictos laborales que era severamente criticado por algunos sectores vinculados al gremio empresarial. La aprobación del arbitraje potestativo (a la sola constatación de mala fe de una de las partes) durante la gestión de Humala, fue leído como un intervencionismo por parte del Estado, que ahora se “inmiscuía” en un ámbito –las relaciones laborales– que “debían” ceñirse al marco del bilateralismo entre empresas y sindicatos. Que el Ministerio de Trabajo autorizara la formación de un tribunal arbitral para la solución rápida y heterónoma de negociaciones colectivas que, de manera bizarra, se dilataban por meses y años, fue considerado una afrenta y objeto de múltiples especulaciones interesadas. Julio, que participaba como arbitro escogido por los sindicatos, conocía de cerca el procedimiento; y con certera intuición, fue anticipando que este mecanismo “alternativo” servía para mejorar no solo el contenido de los convenios colectivos, sino, sobre todo, para alentar la solución voluntaria y expeditiva de las negociaciones en su etapa de trato directo. Es decir, el arbitraje potestativo cumplía un rol disuasor para aquellas empresas que jugaban al cansancio de su contraparte sindical para no llegar a ningún acuerdo. La investigación de campo terminó confirmando varias de sus hipótesis de trabajo.

De aquella experiencia tengo varios recuerdos. Por ejemplo, el paciente proceso de diagramación y edición que duró algunas semanas y que Julio acompañó celosamente, hasta lograr su mejor formulación. Los comentarios del libro a cargo de Javier Neves y Kathy Caballero, mesa de lujo que tuve el honor de moderar. ¡El ajuste que nos metimos cuando pasados unos minutos de la hora de inicio, no llegaban los libros para la presentación! A pesar del bochorno que significó tener a un público ansioso por ver y tener la publicación, Julio siempre se mostró calmó y comprensivo con la involuntaria demora del imprentero. Finalmente, la celebración, en petit comité, en mi casa, donde nos regalaste afectuosas dedicatorias a nuestros ejemplares recién salidos de la imprenta. “Para el compañero de ruta en la búsqueda de un país más inclusivo”, firmaste aquella vez. Así será.

Coda

De Julio me quedan varios pasajes y recuerdos en el tintero. Tengo en mente (y guardo para mi) algunos hechos que lo pintan como un ser noble, desprendido, solidario con el prójimo. Muy atento y dispuesto a colaborar. De hecho, resulta difícil desligar una faceta de la otra. Por un lado, su trayectoria y legado como académico y profesional; por otro, su lado humano, sensible y familiar que lo caracterizó y que todos reconocemos. Facetas que, ciertamente, no hace falta separarlas. Puesto que, en casos como el de Julio, forman parte consustancial de personalidades y espíritus nobles, condiciones que explican hoy el enorme aprecio y grato recuerdo que nos deja a quienes tuvimos la suerte de conocerlo y tratarlo.